viernes, 8 de enero de 2021

LA CAPILLA DE LOS CONDESTABLES

 Duelo de titanes

JOSÉ ANTONIO GÁRATE ALCALDE
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Entre 1520 y 1525, la capilla del Condestable fue el escenario de un duelo artístico entre dos de las más grandes figuras de la escultura renacentista castellana

Retablo mayor de la capilla del Condestable. Diego de Siloe, Felipe Bigarny y León Picardo, hacia 1522-1526. - Foto: Alberto Rodrigo

Cuando hace unos años vi entrar en la catedral, como un visitante más, a Lorenzo Quinn, el hijo escultor del gran actor mexicano, me vino inmediatamente a la cabeza una frase que había leído en el libro de Isidoro Bosarte Viaje artístico a varios pueblos de España, publicado en 1804, en la que el historiador del arte español decía que, aunque dentro de la catedral no hubiera otra cosa de escultura que las estatuas del altar mayor de la capilla de la Purificación, el viaje a Burgos sería inevitable a todo escultor. No exageraba don Isidoro; toda la catedral constituye un auténtico paraíso para cualquier escultor, y, sin duda, uno de los puntos más relevantes de ese paraíso es el retablo mayor de la capilla del Condestable, una obra maestra que ilustra como ninguna la convivencia de las formas tardogóticas con las plenamente renacentistas.

Como cuenta Isabel del Río de la Hoz en su tesis doctoral dedicada al escultor Felipe Bigarny, en 1512 Íñigo Fernández de Velasco, tercer condestable de Castilla, traspasa a su hijo Pedro la responsabilidad de terminar la impresionante capilla que su familia poseía en el principal templo burgalés. Por esas fechas se encarga a Francisco de Colonia, que acababa de ser nombrado maestro mayor de obras de la catedral, la realización de la sacristía, que concluirá en 1517. Después los trabajos sufrirán un pequeño parón, motivado fundamentalmente por los quehaceres políticos del condestable y de su hijo. Esta interrupción se romperá hacia el año 1520 cuando don Pedro afronte una serie de trabajos de restauración y conservación en la magnífica bóveda de la capilla, para los que contará, además de con Francisco de Colonia, con Felipe Bigarny y Diego de Siloe.

Es probablemente en ese momento cuando se decide desmontar el primitivo retablo mayor de la capilla (ejecutado por Gil de Siloe hacia el año 1500) y colocar parte de su imaginería decorando las claves de la gran bóveda de Simón de Colonia. Hoy esas imágenes languidecen en el claustro bajo de la catedral (las de la capilla son réplicas colocadas durante la restauración llevada a cabo a finales del pasado siglo). No obstante, todavía podemos apreciar algunos restos del retablo original entre el mueble del XVI. Así, parte del marco pétreo que encuadraba el retablo es visible a ambos lados de la predela y tras las grandes columnas abalaustradas del primer cuerpo. Otro punto donde aflora el primitivo altar es en el remate de la estructura, con un Cristo y unos ladrones de claros recuerdos gilsiloescos. Y en esa misma zona también perviven, ocultos tras las figuras renacentistas de la Virgen y san Juan, los restos de sus hermanas tardogóticas, que estaban integradas en el antepecho del triforio.

En 1522, Pedro Fernández de Velasco es nombrado por Carlos V capitán general del ejército real, con lo que el propio condestable se ve obligado a hacerse cargo de las obras de la capilla de la Purificación. Pero don Pedro ya había introducido en las mismas a los encargados de realizar el nuevo retablo mayor. Que se contara con Felipe Bigarny entraba dentro de la lógica, pues era el escultor preferido de la familia. Los deslumbrantes relieves que esculpiera a caballo entre los siglos XV y XVI para el trasaltar de la catedral le habían proporcionado numerosos y relevantes encargos que convirtieron a su taller en el más influyente de la escultura castellana de la época. Por su parte, la contratación de Diego de Siloe, que acababa de revolucionar el panorama artístico burgalés con su extraordinaria Escalera Dorada, parece un empeño personal de don Pedro, muy interesado en los nuevos aires renacentistas. Las obras del retablo comenzaron hacia 1522, y, según las cuentas de la capilla, se concertaron por la cantidad de 2.500 ducados, sin contar con el dorado y la policromía, que se encomendaron al pintor León Picardo, colaborador habitual de Bigarny.

Sin duda alguna, uno de los aspectos más destacables del retablo es su diseño. La audacia del mismo apunta hacia la autoría de Siloe, que ya había hecho gala de ella en la gran escalera del brazo norte del transepto de la catedral. El genial artista ideó en el cuerpo principal del retablo un grandioso y diáfano espacio abovedado en el que, a modo de escenario de teatro sacro, se representa la advocación de la capilla, rompiendo de esta manera con la tradicional compartimentación de la retablística española. Para María José Redondo Cantera, gran experta en Diego de Siloe, otra de las grandes novedades del retablo es la escala casi natural de las figuras y su concepción de bulto redondo, «con un protagonismo del cuerpo humano en unas dimensiones que Siloe no habría concebido sin su experiencia italiana».

De inspiración italiana son también los motivos decorativos utilizados en la mazonería del retablo, algunos de los cuales ya habían sido empleados por el maestro burgalés en su célebre escalera catedralicia. Diego es capaz de combinar magistralmente todos estos elementos importados de Italia con otros propios del Renacimiento español (como las columnas abalaustradas del primer cuerpo) y otros tardogóticos (como los ya mencionados restos del primitivo altar o los doseletes que protegen la imaginería de la predela y del segundo cuerpo), lo que nos habla de la tremenda capacidad del artista para adaptar sus novedosas obras a las características estilísticas del entorno en el que trabajaba.

Si en la traza del retablo el predominio es claramente siloesco, lo mismo se puede decir de la imaginería, obra en su mayor parte del maestro burgalés debido, probablemente, a la gran cantidad de encargos que ocupaban a Bigarny. Más que como socios, Diego y Felipe debieron de trabajar aquí como recelosos competidores, pues la presencia de Siloe en Burgos amenazaba la insaciable voracidad empresarial del maestro borgoñón. Además, no hay que olvidar que ambos artistas arrastraban un enfrentamiento (ya tratado en estas páginas) que había comenzado en 1508 cuando Diego era un aventajado aprendiz en el taller de Felipe.

La competencia entre los dos artistas se manifiesta desde la misma predela del retablo. En ella, a la izquierda, podemos apreciar una bellísima Anunciación de Bigarny en la que destaca sobremanera la maravillosa figura del arcángel san Gabriel. En la agitada composición de la escena, que el taller del borgoñón reproducirá años más tarde en el retablo mayor de la capilla de la Presentación (en la actualidad en la iglesia parroquial de Cardeñuela Riopico), se hace patente la influencia de Berruguete, artista con el que Bigarny estaba asociado desde principios de 1519. A esta gran escena Siloe responde desde el centro de la predela con una de las imágenes más bellas del retablo: una deliciosa Natividad que se desarrolla sobre un llamativo escenario repleto de las lajas tan características del autor.

Pero donde el duelo entre Felipe y Diego llega a sus más altas cotas artísticas es en la escena principal del retablo, en la que se representa la Purificación de la Virgen y la Presentación de Jesús en el Templo según la narración del evangelio de Lucas (2, 22-38). La ley de Moisés establecía que toda mujer que diera a luz por primera vez un hijo debía acudir a los cuarenta días al templo para purificarse, consagrar a su primogénito al Señor y ofrecer el sacrificio de dos tórtolas o dos pichones. Así, transcurrido el tiempo de la purificación, María y José acudieron con Jesús al templo de Jerusalén. Al entrar en él, el anciano Simeón, el cual había acudido guiado por el Espíritu Santo, que le había anunciado que no moriría sin ver antes al Mesías, recibió al Niño en sus brazos y predijo a María el terrible sufrimiento que le esperaba. En ese momento se presentó la profetisa Ana, una anciana viuda que permanecía en el templo noche y día, y comenzó a lanzar alabanzas al Señor.

La escena principal del retablo se compone de dos grupos bien diferenciados que se distribuyen a ambos lados de un altar central. A la izquierda aparece la Sagrada Familia y, en segundo término, una hermosa doncella que sostiene sobre su cabeza un cesto con la ofrenda de las dos palomas. Destacan los rostros femeninos, en los que se revela la gracia rafaelesca que Diego de Siloe había aprendido durante su estancia en Italia y que, parafraseando a Margarita Estella Marcos, el artista burgalés matiza con un profundo lirismo que tiñe sus expresiones de melancolía. La elegancia de los movimientos de las figuras y el natural tratamiento de los ropajes contribuyen a convertir a este grupo en una de las obras cumbre de la escultura renacentista castellana.

En el grupo de la derecha se representa al anciano Simeón y a la profetisa Ana, y en él podemos apreciar al Bigarny más detallista, que se manifiesta en el realismo de los rostros o en los estudiados tocados (una debilidad del maestro borgoñón). En cuanto al movimiento de las figuras y al tratamiento de los ropajes, Felipe no consigue desprenderse de la persistente rigidez tardogótica. Así, si comparamos ambos grupos, vemos que la Sagrada Familia posee un sereno dinamismo que le confiere vida propia, mientras que Simeón y Ana permanecen congelados en el tiempo. Se hace aquí evidente la diferencia entre un artista que había asimilado plenamente los nuevos aires renacentistas y otro que estaba intentando adaptarse a ellos.

La conclusión del retablo de la Purificación en el año 1525 puso fin a la intervención de Siloe en la capilla del Condestable. Si en el duelo artístico parece que su victoria fue clara, en el empresarial se podría decir que cayó con estrépito, ya que don Íñigo terminaría adjudicando el resto de contratos escultóricos de la capilla (sillería y sepulcros) a Felipe Bigarny. Finalmente, en 1528, acosado por el acaparador artista borgoñón, Diego de Siloe abandonó su ciudad natal rumbo a la capital granadina, que recibirá su genial arte con los brazos abiertos.

Fuente: Diario de Burgos