viernes, 23 de septiembre de 2011

MATEO CEREZO

Cerezo, Mateo (Burgos, 1637-Madrid, 1666). Pintor español. Hijo del pintor homónimo, debió de dar sus primeros pasos artísticos con su progenitor. Posteriormente, llegó jovencísimo a Madrid, donde entró a formar parte del taller de Carreño. Fue un artista muy solicitado por una variada clientela, sobre todo por su pintura religiosa, aunque también abordara otros géneros.
Título: Desposorios de Santa Catalina (1660)
En este sentido, el tratadista y biógrafo Palomino declaraba el primor con el que realizaba «bodegoncillos, con tan superior excelencia, que ningunos le aventajaron», juicio plenamente corroborado al contemplar las obras del Museo Nacional de San Carlos de México, que aparecen firmadas y fechadas. Con base a ellas, Pérez Sánchez le atribuyó el Bodegón de cocina comprado por el Museo del Prado en 1970, una obra de evidente influencia flamenca que, en ocasiones, ha hecho pensar en Pereda. Y es que los trabajos de este artista vallisoletano también se han señalado como ascendientes de Cerezo, sobre todo en sus primeras creaciones. Sabemos que en 1659 Cerezo trabajaba en Valladolid, donde dejó unas obras algo más toscas de las que realizó en la década siguiente. En sus trabajos se afirma como fiel seguidor de Carreño, de quien se convirtió en uno de sus mejores colaboradores. El maestro le mostró el camino en el que él mismo profundizó después, continuando la senda de Van Dyck y Tiziano. Así, Cerezo desarrolla unas composiciones que se abren en amplias y complejas escenografías, concebidas con un distinguido refinamiento, que se manifiesta tanto en el conjunto de la obra como en los más menudos detalles. Al igual que el maestro de Amberes, dota a sus personajes de una rica magnificencia en sus ropajes, aplicando una pincelada fluida y ligera, contrastada por unos ricos juegos de luces. De todo ello es soberbio ejemplo el lienzo Los desposorios místicos de santa Catalina del Prado, firmado y fechado en 1660. La magnífica escenografía de pleno carácter barroco, cerrada con un majestuoso fondo arquitectónico y un paisaje de nubes y cielo plenamente venecianos, denota la elegancia de las obras de Van Dyck. A la influencia de este mismo artista pueden adscribirse las opulentas vestiduras de la santa, que contrastan con el atento estudio de la realidad con que representa el cestillo de frutas, muestra de la calidad de bodegonista del pintor burgalés.
Magdalena, por Mateo Cerezo.