viernes, 12 de septiembre de 2025

NO TODO VALE

 

Un mosaico roto de promesas


Entre baldosas desiguales, columpios envejecidos, goteras interminables y casas que se caen a pedazos, 

El barrio de Gamonal no necesita discursos grandilocuentes ni proyectos de escaparate, sino algo mucho más simple:mantenimiento. Mantenimiento en sus calles, en sus plazas, en sus parques. Mantenimiento, cuidado y compromiso político. Sin embargo, lo que muestran sus aceras, edificios y espacios comunes es un paisaje que habla más de abandono que de atención.

Pasear por Gamonal es encontrarse con un rompecabezas urbano donde las piezas nunca terminan de encajar.Baldosas de «veinte» tipos distintos, colocadas sin criterio, unas rotas, otras levantadas. Un suelo en el que cada paso recuerda a los vecinos la falta de planificación y el desinterés institucional. Ángel Alonso, el presidente del Consejo de Barrio, lo resume con claridad:«Lo lógico es que levanten el suelo y se coloquen las baldosas en condiciones». Pero esa lógica nunca parece alcanzar a quienes gestionan la ciudad.La imagen que transmiten las calles no es solo de descuido estético, sino de una fractura más profunda: la de un barrio que se siente olvidado.

Hubo un tiempo en que la Casa de Cultura era el corazón social de Gamonal. Allí se reunían mayores para jugar a las cartas, jóvenes para socializar, familias que encontraban un espacio común. Incluso se vendían las entradas para el teatro, dando vida a la oferta cultural.Hoy, sin embargo, ese latido se ha apagado. El bar que fue punto de encuentro permanece cerrado. Las salas, vacías. Y la sensación de abandono pesa como una losa sobre un edificio que debería ser el motor de actividad.«Está desaprovechada», repiten los vecinos con resignación, conscientes de que la decadencia de la Casa de Cultura simboliza también la pérdida de comunidad.

La plaza Roma es el ejemplo más claro de una política que prioriza lo vistoso frente a lo necesario. Allí se instaló un parque de calistenia, mientras que el parque infantil colindante languidece con los años. Columpios envejecidos, suelos de caucho levantados, cemento deteriorado... un escenario que en lugar de invitar al juego entraña riesgos de caídas y accidentes.Los vecinos lo dicen sin rodeos: «El parque de los niños era prioritario al de calistenia». Y añaden con firmeza: «Antes de grandes proyectos, primero hay que tener todo en condiciones en los barrios». La falta de tejavanas que protejan a los más pequeños del sol o la lluvia es otra de esas demandas tan sencillas como ignoradas. Lo que más indigna es la promesa incumplida. «Daniel de la Rosa nos dijo que lo iban a cambiar, y sigue igual», recuerdan, con la amarga certeza de que las palabras de los políticos se evaporan con la misma rapidez con la que llegan las fiestas patronales. «Solo los vemos el día de San Antón y en las Candelas», denuncia Ángel.

En la Plaza Santiago el tiempo parece avanzar más rápido. Hace apenas cuatro o cinco años se realizaron obras, pero hoy la plaza muestra baches, rajas y ondulaciones que dejan pasar el agua de la lluvia, provocando unas goteras en el aparcamiento subterráneo que se prolongan desde hace más de una década. Un perímetro vallado intenta ocultar lo evidente: el fracaso de una intervención pública que nació mal ejecutada. «No son grietas de dilatación, es mala obra. El Ayuntamiento cogió el proyecto y no entiendo cómo lo hicieron en estas condiciones», critican los vecinos. El resultado es una plaza que se deshace, como metáfora de una gestión que no aguanta ni el paso de unas pocas temporadas.


En el parque Juan XXIII, dos grandes pérgolas ofrecen un respiro del calor estival. Son bonitas, imponentes, pero apenas cumplen con su función. Los vecinos piden desde hace tiempo que las mamparas de metacrilato se prolonguen hasta arriba para proteger también de la lluvia. Pero, una década después de su instalación, lo único que crece es el deterioro: pilares oxidados, planchas rotas y cubiertas tan sucias que apenas dejan pasar la luz. La frondosa vegetación sin podar que corona la estructura termina por reforzar una sensación de abandono.

Hay un rincón en Gamonal que ni siquiera tiene nombre. Una calle entre dos bloques de viviendas, a la altura de Alfonso XI, que nunca ha sido urbanizada. Ni asfalto, ni portal, ni atención en cuarenta años. Allí los boquetes se transforman en charcos cada vez que llueve, recordando a los vecinos que hay lugares en el barrio que no existen para el Ayuntamiento, a pesar de ser privado. El tiempo detenido en esa calle invisible es una herida simbólica: ¿Cómo puede un espacio urbano permanecer intacto durante cuatro décadas, mientras a su alrededor la ciudad avanza?

En el parque Juan XXIII, dos grandes pérgolas ofrecen un respiro del calor estival. Son bonitas, imponentes, pero apenas cumplen con su función. Los vecinos piden desde hace tiempo que las mamparas de metacrilato se prolonguen hasta arriba para proteger también de la lluvia. Pero, una década después de su instalación, lo único que crece es el deterioro: pilares oxidados, planchas rotas y cubiertas tan sucias que apenas dejan pasar la luz. La frondosa vegetación sin podar que corona la estructura termina por reforzar una sensación de abandono.

Hay un rincón en Gamonal que ni siquiera tiene nombre. Una calle entre dos bloques de viviendas, a la altura de Alfonso XI, que nunca ha sido urbanizada. Ni asfalto, ni portal, ni atención en cuarenta años. Allí los boquetes se transforman en charcos cada vez que llueve, recordando a los vecinos que hay lugares en el barrio que no existen para el Ayuntamiento, a pesar de ser privado. El tiempo detenido en esa calle invisible es una herida simbólica: ¿Cómo puede un espacio urbano permanecer intacto durante cuatro décadas, mientras a su alrededor la ciudad avanza?