viernes, 9 de marzo de 2012

FRANCISCO DE ENCINAS

Francisco de Enzinas (Burgos, 1 de noviembre de 1518 - Estrasburgo, 30 de diciembre de 1552), también conocido como Franciscus Dryander, Françoys du Chesne, Franciscus Quernaeus o Quercetanus, Eichmann, van Eyck (del español: encina), Claude de Senarclens o Claudius Senarclaeus, fue un humanista y protestante español quien fue el primero en traducir el Nuevo Testamento del griego, su idioma original, al castellano. Dejó tres obras propias, además de varias traducciones, todavía no catalogadas en su totalidad, de autores de la antigua Grecia al español.
Francisco aprovechó muy bien su estancia en Wittemberg. Las clases de Melanchthon, el ambiente bíblico de la ciudad, los coloquios y conversaciones informales causaron en él una profunda impresión. Las ideas reformadas dejaron de ser eso, ideas, para convertirse en profundas creencias que lo impregnan todo y dan un sentido a su vida. La Gracia había pasado de concepto a anhelo y de anhelo a vivencia, la Palabra se había encarnado en su corazón y había hecho germinar una fe inalterable.
El deseo de compartir sus creencias se plasma en la traducción del Nuevo Testamento al castellano. Francisco quiere de esta manera contribuir a la extensión del Evangelio en su amada Castilla, ya que, como muchos de sus contemporáneos, creía que la sola traslación de la Palabra de Dios al lenguaje común abriría muchas de las mentes que hasta ese momento estaban cerradas. Esta ingenuidad le lleva a la audaz aventura de imprimir el Nuevo Testamento en castellano y que este sea protegido por el Emperador, favoreciendo así su propagación.

Francisco mete en su pequeña bolsa de viaje su ligero equipaje y con su manuscrito parte a los Países Bajos a principios del año 154, antes que el frío invierno germano dejara paso a la cálida primavera. Su primer destino es Emden donde visita a Juan Laski, un amigo suyo, después pasa una corta temporada en la ciudad con Alberto Hardemberg, un monje que aunque creía en los postulados evangélicos, no deseaba romper abiertamente con la Iglesia Romana. Al parecer la visita de Francisco de Enzinas le ayudo a decidirse y colgar los hábitos. Partiendo poco después a Wittemberg con la intención de estudiar teología. Convirtiéndose más tarde en pastor de una comunidad en la ciudad de Lovaina. Justamente a esta ciudad se dirige nuestro protagonista después de dejar a su amigo. La ciudad que dejó nuestro protagonista un año y medio antes tenía poco que ver con el panorama con el que se encontró. Sus amigos le acogen con amabilidad, pero nota que algo les inquieta. Cuando les comenta que viene de la vecina Alemania y que ha estado más de un año en Wittemberg la amable acogida se torna en abierto rechazo. ¿Qué había sucedido? Aquellos hombres no parecían los mismos.
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Los amigos del joven burgalés le narraron lo que había pasado un día antes de su llegada a la ciudad:
El procurador general de la ciudad había entrado con unos soldados en las casas de 28 familias y había sacado de las camas a maridos y mujeres llevándoles a la prisión; su delito era el de “herejía”. Francisco quedó impresionado por lo que le cuentan sus amigos y compañeros.
El panorama de Lovaina parece el menos favorable para la empresa que le había llevado hasta allí. En cambio Bruselas, una ciudad más segura, en la que puede pasar más desapercibido y llevar a cabo su sueño de imprimir el Nuevo Testamento, es un lugar más apropiado para este propósito. Pero esta ciudad también ha llegado la persecución religiosa, propagándose poco a poco en otras localidades como Brabante y Flandes.
La persecución contra los evangélicos en los territorios de los Países Bajos empieza a generalizarse. Si bien desde 1521 la persecución contra los protestantes y sus posesiones había sido algo normal en estos territorios, las cifras de condenados y asesinados por causa de herejía se multiplican.
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En el corto periodo comprendido entre los años 1521 y 1565, 2.793 personas fueron acusadas de herejía, en una población aproximada de 350.000 personas. La mayor parte provenían de los estratos bajos y medios de la sociedad, aunque también había algunos nobles y clérigos. Al parecer el acuerdo de Crepy fue el detonante de la persecución oficial contra los evangélicos flamencos. Esta estuvo apoyada por un cuerpo de leyes civiles y la libertad casi total de los inquisidores, que podían detener a cualquier persona sin previo aviso, incluidos todo tipo de funcionarios públicos.
Francisco decide volver a Lovaina y, sin hacer caso a las amenazas que se cernían sobre su cabeza, llevar a cabo la empresa que se había propuesto realizar para la gloria de su Dios.
Sus amigos flamencos desaprueban su actitud y desean alejarle del “peligro”, pero nuestro protagonista haciendo caso omiso, se reúne con sus compatriotas buscando apoyo. Sus familiares y amigos españoles le recogen con gran amabilidad, animando así su mermado entusiasmo. A instancias de un familiar de Amberes deja la ciudad una semana para descansar de las tensiones que le producen el enjuiciamiento de sus hermanos en la fe. Poco después está de vuelta en la ciudad con el empeño de no dilatar más la publicación del Nuevo Testamento en castellano.
A su regreso contempla con estupor el nefasto trato que se da a las mujeres enjuiciadas por “herejía”, empleado contra ellas los métodos más brutales. Las mujeres, en su mayor parte, defendieron con ahínco sus creencias, pagando su osadía con la muerte. El castigo contra ellas era más cruel que el que se empleaba con los hombres, enterrando vivas a las que se negaban a abjurar de su fe.
Francisco nos relata en sus “Memorias” el calvario por el que tuvieron que pasar muchos de sus contemporáneos por el simple hecho de no acatar la religión oficial y su deseo de leer y practicar las enseñanzas de la Biblia.
La “herejía” de la que eran acusados estos hombres y mujeres, y que por desgracia sigue siendo el calificativo con el que se les nombra en los libros de historia era, como el mismo Enzinas nos dice: “...contradecir una sola de las palabras de las supersticiones e impiedades con que desde la más temprana edad han sido instruidos y empapados, al punto la llaman herejía”.
La persecución hacia los evangélicos estaba orquestada por las autoridades religiosas, amparadas por las leyes imperiales. Estas prohibían la lectura de todos los libros alemanes escritos acerca de temas sacros en los últimos veinte años; se prohibía componer e interpretar música sagrada en el idioma vulgar; se prohibía también las reuniones que versaran sobre cualquier tema religioso y las relaciones con cualquiera que hubiera sido acusado de “herejía”. Además de estas restrictivas leyes, se animaba a los ciudadanos a denunciar y delatar a cualquiera que pudiera ser sospechoso de opiniones o creencias no “ortodoxas”. Ni a los sabios o entendidos estaba permitida la interpretación de las Sagradas Escrituras ni su enseñanza, ya que únicamente la “Iglesia” podía ejercer este ministerio.
Francisco, en Julio de1543, una vez terminados los procesos y las ejecuciones enseña su traducción del Nuevo Testamento a varias personas de posición y prestigio en el mundo de las letras. A todos les parece su causa y su trabajo dignos de admiración y apoyo. Después, nuestro protagonista, presenta su libro a los teólogos de la universidad, que sin mucho interés se excusan para no dar su opinión, con el pretexto de no conocer bien la lengua castellana y muestran a Francisco sus dudas sobre el aprovechamiento que podían hacer de tal obra los españoles. Para estos teólogos la lectura de la Biblia en la lengua popular era la causa de todos los males que asolaban a la República Cristiana.
Algunos españoles de notable erudición apoyaron el proyecto, animaron a Enzinas y se ofrecieron como protectores y promotores de la edición.
La impresión del libro tenía que realizarse en Amberes, ya que en dicha ciudad existían varios maestros impresores que editaban todo tipo de libros evangélicos y que gustosamente se meterían en tan apetitosa aventura.
Una vez en la ciudad de los canales todo el deseo de Francisco era sacar a la luz lo antes posible el Nuevo Testamento en castellano. Algunas de las personas con las que discute el asunto le aconsejan que dedique su obra al Emperador, ya que si este apoyaba la publicación, nadie podría impedir su difusión y lectura. Pero Francisco no lo veía claro, ya que sabía que junto al Rey había varios consejeros reacios a la fe reformada y a la lectura de la Biblia.
El impresor con el que contacta Francisco se compromete a realizar el trabajo y a asumir las responsabilidades que este pudiera ocasionarle, pero los gastos corrieron a cargo de nuestro protagonista, ya que todo el asunto era muy personal para él.
Al final dedicó el libro a la Iglesia, incluyó su nombre y decidió presentarlo al Emperador en cuanto este volviera de su estancia en Francia.
Todos sus desvelos no habían hecho sino empezar. Mientras el libro se imprimía algunas personas mas leyeron el texto. Entre ellos un monje que puso objeciones al título que Enzinas había pensado: “Nuevo Testamento, esto es, Nueva Alianza de nuestro redentor y único salvador Jesucristo”. El motivo de este título tan largo era explicar el nombre “Nuevo Testamento”, ya que según dice Enzinas, la ignorancia de los españoles hacia la Biblia podía llevar a confusión. El monje objetaba al título la parte que decía “Alianza” por considerar esta palabra luterana. Poco tiempo después un teólogo opinó a su vez que poner en el título “único salvador” también podía llevar a confusión con las enseñanzas de Lutero, por lo que debido a la insistencia de sus familiares y amigos, nuestro protagonista decide acortar el nombre con tal de que el libro saliera impreso.
Una vez terminada la edición, Enzinas prohíbe la venta de ningún libro antes de que personalmente se lo presentara al Emperador que en ese momento se encontraba en Bruselas. Allí se dirigió el Burgalés con la ingenua intención de que su Rey aprobara el trabajo que le había mantenido ocupado los últimos años.