En el autobús
Vie, 23/08/2013
Cuando éramos chavales teníamos la costumbre de bajar al centro en el autobús de Gamonal en el espacio que quedaba en la plataforma trasera antes de pasar por delante del cobrador. El funcionario se pasaba todo el viaje pendiente de nosotros por si nos queríamos colar y sólo cuando estábamos a la altura del Gran Teatro pagábamos el billete, para luego bajarnos en el Cid. La mayor parte de las veces que bajábamos a Burgos en autobús -con el billetito de fino papel prendido en la comisura de los labios, cual era costumbre en el barrio- era para ir al cine, a ver los estrenos de 007 o la Guerra de las Galaxias y por aquella época los buses municipales aún debían ser azules o quizá se acababa de producir el cambio de color al rojo que aún hoy lucen.
Unos años después uno ya se subía al autobús para quedar con los amigos y dar una vuelta por los bares del centro. Como entonces había otras costumbres, quedábamos a las ocho de la tarde y a las once y media ya estábamos en casa. Muchos días me tocaba volver andando, corriendo a ratos, porque el dichoso autobús de Gamonal subía lleno porque el de las once y media era el último hasta las doce y no se detenía en la parada de la avenida Arlanzón donde hoy están los cines en la que yo miraba atónito cómo otra vez más me dejaban en tierra. Entonces lo de llegar a casa a la hora era sagrado, así que esos fines de semana a menudo tocaba echar a correr. Entre semana me unía a la tropa de personas que bajábamos al centro en bus a primera hora de la mañana. Yo lo hacía para ir a clase, así que se puede decir que tengo una cierta experiencia con los autobuses públicos de Burgos. Algunos hasta les poníamos mote. Estaba el ‘Luminoso’, que hacía la ruta a carretera de Arcos y tenía unas luces interiores fluorescentes como las de una cocina que lo hacían visible desde bien lejos. Otro era el ‘psicodélico’, porque tenía una luz violeta en la parte delantera para no deslumbrar al conductor; o el ‘piojillo’, esa furgoneta disfrazada de bus que va por el centro y por San Pedro de Cardeña, y así alguno más. Tanto hemos viajado en bus los de mi quinta que me planteo si alguna noche volví a casa o fui al colegio de mañana en alguno de los autobuses que aún circulan en nuestra vetusta flota. Bien pudiera ser porque hoy he visto un bus con matrícula BU-V, que son del año 96 según acabo de consultar en una web. Eso son 17 años a pie de calle, subiendo y bajando personal de una punta a otra de la ciudad. Pero los nuevos no duran tanto, se estropean como las lavadoras modernas, como ha dicho cierto concejal.
Fuente: Correo de Burgos
RICARDO GARCÍA URETA