domingo, 24 de agosto de 2014

YA SE SABÍA ESTO, POR DESGRACIA

El miedo a protestar


CUANDO el miedo supera a la verdad, no hay nada que hacer. Todo está perdido. Si tiembla la voz y la mirada se encasquilla en un permanente reojo anclado en las posibles represalias que trae alzar la voz contra el superior -en el escalafón laboral-, todo está absolutamente perdido.
Quitarse el buzo de obrero, el uniforme de funcionario o el casco de peón y mezclarse entre los grupos de manifestantes que reivindican mejoras laborales es lícito y necesario. Pero también lo es hacerlo con la ropa de trabajo en el despacho del jefe, entre ladrillos o rodeado de informes.

Porque todo el mundo despotrica cuando ficha a la salida, pero nadie quiere hablar mientras escribe las bondades o banalidades de la Administración o cuando atiende al cliente de turno.
Hay miedo a decir la verdad. Hay miedo a hablar, incluso sin una grabadora que comprometa o un bolígrafo que rasgue en el papel lo que todos dicen pero nadie quiere ver por escrito.
Ocurre con Perico los palotes en la tienda de Vegetales-Superfrescos.SL que ofrece fruta golpeada como «madura» y «lista para comer» bajo la atenta mirada de su encargado. Cuando sale se planta delante de su amigo y le dice que «eso no está bien», pero que «cuando no le mira el mister, no lo hace» y que «mañana» se enfrentará a unas órdenes que van en contra de su ética. Pero mañana nunca llega.
También hay Pericos en los periódicos -un poco de autocrítica, por favor- que observan ‘ojipláticos’ su rúbrica en informaciones modificadas y se callan. Y en el Ayuntamiento tampoco se salvan. Los técnicos municipales tienen tanto miedo a las represalias políticas que se dedican a echar balones fuera de sus funciones. Incluso cuando se les pregunta por sus quehaceres diarios, su relación con los usuarios de determinados servicios y la percepción que tienen respecto a las demandas de estos. «Eso aquí no lo tocamos, eso no nos compete, eso no lo llevamos», repiten sin cesar.
No les culpo a ellos por tratar de evitarse problemas y querer mantener sus puestos de trabajo. Culpo a los de arriba. A quienes dan órdenes de silencio creando una cúpula de oscurantismo sobre la Administración y tratan de acallar lo que una sociedad clama a gritos: que falta ética, que sobran mentiras, que falta transparencia, que sobran trajes negros, que faltan empleados, que sobran horas en las jornadas. Que falta chillar y sobra el miedo.
                                                                Samanta Rioseras