Algo tiene que cambiar... tras los ecos de la huelga general
Algo tiene que cambiar. Se lo merecen quienes ayer marcharon masivamente contra las políticas de recortes del Gobierno. Y también quienes decidieron no adherirse a la huelga, porque piensan distinto pero sufren igual, todos los días, la debacle de un país en agonía permanente desde hace un lustro.
No se equivoquen… No se trata de números fríos. Otra vez se insiste erróneamente desde algunos sectores en revisar cifras, como las de los tecnócratas ilustrados que nos aprisionan día a día, para medir la eficacia o el fracaso de la convocatoria en porcentaje de adherentes, en si descendió o no el consumo eléctrico (14-N. Jornada de huelga general).
Hablamos de personas de carne y hueso que ya no dan más, que no pueden más. ¿No se dan cuenta que escrutar huelguistas o manifestantes para saber si fueron muchos o pocos y determinar de este modo los niveles sociales de irritación, resulta estéril? El drama social afecta a muchísimas personas más que las miles que salieron ayer a la calle o no acudieron a sus puestos de trabajo.
A las manifestaciones en toda la geografía española, el presidente Mariano Rajoy ha salido a responder hoy que no modificará los lineamientos generales de su gestión, porque no puede o porque no quiere. El mensaje, inevitablemente, no es el esperado. El presidente del Gobierno habla un idioma cada vez más distante que el de una parte de sus representados. Porque no hay que olvidar que se gobierna para todos, no sólo para los que lo depositaron con su voto en La Moncloa (Rajoy declina hacer valoraciones sobre el paro general).
El hartazgo social ha empujado a miles de ciudadanos a las calles. ¿Cómo no iban a manifestarse quienes ya no tienen margen en sus vidas para soportar tanta destrucción de un Estado de bienestar, que viene siendo sistemáticamente pulverizado desde 2008 a esta parte? La huelga, como un mecanismo saludable previsto en el sistema democrático, no puede ser desapercibida por quienes conducen los destinos del país. Más allá de sus números.
Por otra parte, quienes para descalificarla intentan llevarla al terreno de la confrontación ideológica, a la polarización entre sindicatos y patronal, a la radicalización de posturas, al origen de la convocatoria y sus artífices, cometen otro error garrafal (La Huelga, en vídeo).
Como acaba de hacerlo el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo. Su lectura es contundente: “Entiendo a la ciudadanía que está pasando una mala situación, que se sumó a la huelga o salió a manifestarse. Pero este Gobierno ya ha hecho un diagnóstico. A la pregunta de si cambiaremos el rumbo de la política económica, la respuesta es no”, acaba de afirmar.
Si habla de diagnósticos, habría que recordarle los de sus pares, el ministro De Guindos y la ministra Báñez, por ejemplo, y hasta los del propio Rajoy, quienes en más de una oportunidad han señalado recientemente ciertos indicios inexistentes de recuperación económica. En instancias de descrédito absoluto por la legitimación del sistema político, donde también se desmorona como nunca antes el principal partido opositor al Gobierno, lo que habría que hacer es una profunda reflexión.
No perdamos el tiempo en contar si fueron muchos o pocos lo que hicieron huelga ayer. Para cifras, las del paro, las de la pobreza, las de los inmundos números de familias expulsadas de sus casas porque cometieron el “pecado capital” de no poder seguir pagando la hipoteca. Las de la cantidad de incumplimientos o silencios del programa electoral de Rajoy, y la de los millones de euros mutilados para gasto educativo y sanitario público. Sí, todo eso puede y tiene que cambiar. Y no podemos rendirnos a la desesperanza.
No se equivoquen… No se trata de números fríos. Otra vez se insiste erróneamente desde algunos sectores en revisar cifras, como las de los tecnócratas ilustrados que nos aprisionan día a día, para medir la eficacia o el fracaso de la convocatoria en porcentaje de adherentes, en si descendió o no el consumo eléctrico (14-N. Jornada de huelga general).
Hablamos de personas de carne y hueso que ya no dan más, que no pueden más. ¿No se dan cuenta que escrutar huelguistas o manifestantes para saber si fueron muchos o pocos y determinar de este modo los niveles sociales de irritación, resulta estéril? El drama social afecta a muchísimas personas más que las miles que salieron ayer a la calle o no acudieron a sus puestos de trabajo.
A las manifestaciones en toda la geografía española, el presidente Mariano Rajoy ha salido a responder hoy que no modificará los lineamientos generales de su gestión, porque no puede o porque no quiere. El mensaje, inevitablemente, no es el esperado. El presidente del Gobierno habla un idioma cada vez más distante que el de una parte de sus representados. Porque no hay que olvidar que se gobierna para todos, no sólo para los que lo depositaron con su voto en La Moncloa (Rajoy declina hacer valoraciones sobre el paro general).
El hartazgo social ha empujado a miles de ciudadanos a las calles. ¿Cómo no iban a manifestarse quienes ya no tienen margen en sus vidas para soportar tanta destrucción de un Estado de bienestar, que viene siendo sistemáticamente pulverizado desde 2008 a esta parte? La huelga, como un mecanismo saludable previsto en el sistema democrático, no puede ser desapercibida por quienes conducen los destinos del país. Más allá de sus números.
Por otra parte, quienes para descalificarla intentan llevarla al terreno de la confrontación ideológica, a la polarización entre sindicatos y patronal, a la radicalización de posturas, al origen de la convocatoria y sus artífices, cometen otro error garrafal (La Huelga, en vídeo).
Como acaba de hacerlo el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo. Su lectura es contundente: “Entiendo a la ciudadanía que está pasando una mala situación, que se sumó a la huelga o salió a manifestarse. Pero este Gobierno ya ha hecho un diagnóstico. A la pregunta de si cambiaremos el rumbo de la política económica, la respuesta es no”, acaba de afirmar.
Si habla de diagnósticos, habría que recordarle los de sus pares, el ministro De Guindos y la ministra Báñez, por ejemplo, y hasta los del propio Rajoy, quienes en más de una oportunidad han señalado recientemente ciertos indicios inexistentes de recuperación económica. En instancias de descrédito absoluto por la legitimación del sistema político, donde también se desmorona como nunca antes el principal partido opositor al Gobierno, lo que habría que hacer es una profunda reflexión.
No perdamos el tiempo en contar si fueron muchos o pocos lo que hicieron huelga ayer. Para cifras, las del paro, las de la pobreza, las de los inmundos números de familias expulsadas de sus casas porque cometieron el “pecado capital” de no poder seguir pagando la hipoteca. Las de la cantidad de incumplimientos o silencios del programa electoral de Rajoy, y la de los millones de euros mutilados para gasto educativo y sanitario público. Sí, todo eso puede y tiene que cambiar. Y no podemos rendirnos a la desesperanza.