Los antisistema son ellos
Para toda una generación que, por edad, nunca tuvimos que combatir la dictadura, la democracia era de esas cosas seguras que siempre dabas por hecha. Como la salud de mamá, los cromos de los Phoskitos o la catequesis de los sábados. Hasta que fue pasando el tiempo -ay progreso- y le vimos la tonsura al invento.
Conozco a políticos honrados que duermen cinco horas al día y que ganan menos de lo que merecen. También tengo buenos amigos que me dicen que echarle una feroz rehala de palabras a las canillas de esta partitocracia es incendiar lo que queda de monte -más bien poco, ya ven-. Que zumbarle a la clase política es llenar de minas este suelo yermo en el que algún día debería crecer la hierba.
No estoy de acuerdo: el paisaje postapocalíptico que vemos no es cosa de los que vamos con el mantelito y la tortilla, no, sino de los que vinieron con el mechero.
Mariano Rajoy, durante su comparecencia a través de una pantalla del sábado.
No es antisistema el que pide una democracia radical, sino el que trata de enjaularla y domesticarla con cacahuetes.
Antisistema son los que en privado hacen acopio de lo público. Antisistema son los presidentes de Gobierno que no admiten preguntas, acostumbrados ya a no tener que responder nunca de nada.
Antisistema son los que utilizan las instituciones como fueraborda y no como salvavidas. Antisistema son los que con una mano juran la Constitución y con la otra le hacen un tacto rectal.
Antisistema son los comisionistas y conseguidores, los que se saben a salvo cada cuatro años, los que no denuncian a la primera, los que cogieron el regalo, fuera grande o pequeño.
Antisistema son los utilizan el carné del partido como un ábrete sésamo, los periódicos que siempre dicen amén y hasta el mecánico que te pregunta que si vas a querer factura.
Antisistema es el que sabe y calla, el que vio y se hace el ciego. Antisistema son los que llevan los colores de la bandera de España en una pulsera y luego se llevan el dinero a Suiza. Antisistema son ellos. No usted ni yo.
Están los tiempos tan crudos, que sólo nos queda el santoral íntimo de cada cual y algunos versículos como cirios. "Dimitir no es un nombre ruso", reza una pintada en una tapia de Sevilla a cuenta de esta basura. Rábago nos ilumina con un perroflauta meditando: "Toda la vida tratando de derribar el sistema y ahora resulta que se cae solo".
Yo aun recuerdo aquella mañana en que fui a votar imbuido de confianza y creí que estaba cambiando el mundo. Y también todos esos días antisistema que vinieron después y que me destrozaron los sueños.
Fuente: El Mundo